Aún hay esperanza

¿Es posible que entre el despertar de la concienciación humana poco antes de la pandemia gracias a la comunicación masiva por parte de ONG´s y activistas junto con la situación provocada por culpa de la pandemia vayamos a conseguir un cambio de rumbo en nuestra sociedad? Lógicamente, con tanto daño como hemos causado, no va a ser suficiente (sobre todo teniendo en cuenta que no es el 100% de la población la que está más concienciada) pero tal vez sea un empujoncito que nos ayude a paliar los efectos nocivos de nuestra estancia aquí.

Y es que hay una cosa que deberíamos tener todos bastante claro, somos una especie que está de paso en nuestro planeta. Puede que evolucionemos a otra nueva especie, como ya lo hizo el “Homo Erectus” o el “Homo neanderthalensis”, o puede que nos extingamos antes de conseguirlo, como le pasó a los dinosaurios, pero sea como sea os puedo asegurar que estamos de paso.

Un paseo por la evolución

Pensadlo bien, está claro que tenemos mucho más en común con el Chimpancé de lo que algunos piensan. De hecho, compartimos casi el 99% de los genes con él y con el bonobo o, en otras palabras, nuestro genoma tiene una diferencia de solo el 1,24% con respecto al de los chimpancés, y de un 1,62 con respecto al genoma de los gorilas.

La ciencia dice que los primeros homínidos de los que se tiene la seguridad de que fueron completamente bípedos son los miembros del género Australopithecus y estos vivieron en África hace unos 4 millones de años y fue una crisis climática, hace unos 2,8 millones de años, que condujo a la desertificación de la sabana africana lo que les obligó a evolucionar. Y así evolucionaron hasta los primeros Homo.

Es decir, que aunque procedemos de simios más antiguos aún, nuestro primer pasito como Homo debió darse hace ya unos 2´5 millones de años, aproximadamente y teniendo en cuenta que los dinosaurios se extinguieron hace 66 millones de años y su evolución desde el reptil también duró otros tantos millones de años (tampoco hace falta ponerse específica) la realidad es que nosotros estamos aquí desde hace bien poco. Yo diría que somos una especie muy, pero que muy nueva en este planeta, y por tanto no sabemos hasta donde vamos a evolucionar ni si llegaremos a hacerlo.

De hecho, a veces pienso que el día menos esperado la naturaleza nos mandará una epidemia mucho más mortífera que el COvid19 para matar al 99% de la población y conseguir así sanar el planeta dejando solo a un 1% de supervivientes que garanticen la evolución de nuestra especie. Y eso con suerte, porque como se cabree mucho nos manda un meteorito como a los dinosaurios y nos vamos todos a tomar viento en menos que canta un gallo.

Volviendo a los orígenes

Cuando nuestros antepasados sembraban la tierra para comer o cazaban a punta de lanza no causaban daño alguno. La tierra les daba lo que necesitaban y ellos vivían en paz (más o menos) con el planeta. Formábamos parte de la cadena alimenticia de un modo en el que no éramos más ni menos que nadie pero ahora, ahora es otra cosa. La evolución nos dio un precioso tesoro, inteligencia, conocimiento, la capacidad de aprender y de comprender, y lo hemos aprovechado muy bien, tal vez demasiado, expandiéndonos, creciendo a un ritmo que el planeta no puede soportar y vemos las consecuencias.

Muchos ya lo sabían, siempre lo han sabido, y otros nos hemos ido dando cuenta con el paso de los años, incluso de los siglos. Y ahora en pleno siglo XXI hay una incipiente oleada de personas que tiene una filosofía que está en consonancia con la tierra y que lo único que quiere es vivir en conexión con la naturaleza manteniendo un estilo de vida sana, saludable y respetuosa con el medio ambiente.

Pero ojo, eso no significa que queramos vivir en una comuna hippie ni mucho menos, y tampoco queremos aislarnos del mundo ni evitar la tecnología, de lo que se trata es de que nuestros pasos, nuestra vida, no siga machacando el planeta y para ello necesitamos que las energías sean renovables, ecológicas, necesitamos apostar por la agricultura sostenible y, por supuesto, por el respeto al medio ambiente.

Y lo mejor de todo es que no nos termina de entrar en la cabeza que es por nuestro propio beneficio. Si somos drásticos, a raíz de la pandemia actual y de las opiniones de expertos augurando nuevas pandemias debido al cambio climático ya deberíamos morirnos del susto, peor incluso siendo positivos y pensando que es posible que esos nuevos virus que nazcan no provoquen pandemias deberíamos pensar que si comemos alimentos cada vez menos sanos nuestra esperanza de vida va acabar por empezar a bajar. Tendremos más enfermedades crónicas y habrá más fallecimientos.

Pensemos en el AOVE, el aceite de oliva virgen extra que tan famoso es en nuestro país y que tanto exportamos. Según los profesionales del Centro de Interpretación Olivar y Aceite y para que lo podamos entender, no dan la siguiente explicación: la tierra se gasta, así de simple. La tierra tiene una serie de minerales que cultivo tras cultivo se van gastando y es necesario dejarla descansar para que se reponga, pero durante mucho tiempo. Esto último no podemos hacerlo porque la población mundial es tan grande que necesitamos seguir cultivando, de todo, para alimentarla. Usamos abonos para paliar los efectos de esa pérdida de minerales y hasta hace poco también químicos que ayuden a crecer los cultivos aunque esto cada vez se hace menos, gracias a Dios, y seguimos desgastando la tierra a pasos agigantados.

Los tomates, las naranjas, la oliva… cualquier fruta o verdura actual recién cortada de la planta tiene menos vitaminas y minerales que las frutas y verduras de antaño, simplemente porque la tierra no puede proveerles de lo mismo mientras crecen y de ahí que cada vez sea más complicado cultivar.

Comemos lo mismo, pero de menor calidad, y muy poco hay que podamos hacer al respecto. Por eso el AOVE actual no es el mismo que había hace 100 años, y tampoco es el mismo que habrá dentro de otros 100. Pero para evitar el desgaste acelerado de esa tierra debemos tratarla con cariño, debemos crear cultivos sostenibles y dar la oportunidad al agricultor que cambie el producto cultivado cada 5 o 6 años, de modo que la tierra se renueve. Y, por supuesto, para ello el agricultor necesita ayuda, tanto económica como como moral y de apoyo en nuestra sociedad.

Si conseguimos cultivar como lo hacían nuestros abuelos en lo que a respeto se refiere aunque usemos herramientas mucho más actuales ganaremos mucho, para nosotros y para la tierra y del mismo modo está claro que lo que hacíamos antes era mucho mejor.

¿De dónde se sacaba la energía hace no tantos siglos? De los molinos de agua, de los molinos de viento. Está claro que no necesitábamos la misma cantidad de energía transformada en electricidad pero con la tecnología que hay hoy en día sí podríamos conseguir parques eólicos, fotovoltaicos o hidráulicos suficientemente grandes como para proveer de energía a gran parte del planeta.

En este sentido, deberíamos aprender de Suiza, uno de los países más ecológicos y respetuosos con el medioambiente del mundo. O de Finlandia, donde las empresas usan sus propios residuos para generar nueva energía de la que se nutren diariamente. Impresionante ¿verdad? Si ellos lo han hecho significa que es posible, auqnue cabe destacar que la población de esos países no es la misma que la del resto de Europa, América o Asia (dejo a un lado a África porque sería la última en llegar, y Australia conseguiría esa idoneidad en poco tiempo).

La pregunta clave es ¿se puede? Y la respuesta es un SÍ rotundo, pero para conseguirlo todos los Gobiernos deberían nadar en la misma dirección y los ciudadanos deberíamos salir mucho más concienciados de las escuelas europeas, y del resto de continentes claro está.

Si consiguiéramos algo así la situación actual del planeta cambiaría mucho drásticamente y es probable que nosotros mejoremos también, junto a él. Recordad que estamos de paso y no deberíamos destrozar nada, sino más bien arreglar nuestros destrozos para las nuevas especies que algún día llegarán.