Las relaciones están decayendo. ¿Y si volvemos a lo clásico?

Hay días en los que no puedo evitar preguntarme en qué momento dejamos de cuidar nuestras relaciones. No me refiero solo a las de pareja, sino al amor en general. El compromiso, la lealtad, la paciencia… Todo eso que antes era un pilar fundamental en la vida de cualquiera, hoy parece opcional… casi inexistente.

Lo veo en los adolescentes que van de una relación a otra como si cambiar de pareja fuera como cambiar de serie en Netflix. Lo veo en adultos que a los cuarenta ya han pasado por tres divorcios y aún se sienten víctimas del amor. Y sí, también lo veo en gente que, como mis padres, tomó decisiones muy, muy mal gestionadas que me dejaron heridas que hoy, a mis 35 años, todavía estoy intentando sanar.

Esto no es una queja desde el rencor, de verdad que no. Es una reflexión crítica, sí, pero desde el punto de vista de una persona que busca soluciones. Porque creo, de verdad, que todavía hay tiempo de replantearnos muchas cosas.

Y que, quizás, volver a lo clásico —a eso que parecía pasado de moda pero que funcionaba tan bien— podría ser parte del remedio.

 

Relaciones exprés y afectos de usar y tirar

¿Sabes qué me llama la atención últimamente? Que muchas relaciones duran menos que una gripe. Y no, no exagero. En mi entorno veo adolescentes que están con alguien una semana, luego con otra persona al mes siguiente, y así van saltando, de uno a otro como si no importase nada. La intensidad de esas relaciones parece más una necesidad de llenar un vacío que un verdadero vínculo. ¿Dónde quedó el conocerse con calma? ¿La ilusión por alguien que va creciendo con el tiempo? Ya no se cultiva la relación, se consume.

Y no solo es cosa de jóvenes. Hay adultos que parecen tener la misma prisa. El modelo es algo así como: nos conocemos, nos atraemos, convivimos, discutimos, nos separamos… todo en menos de un año. ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué no hay espacio para el compromiso real, para las diferencias, para la evolución de las personas dentro de una relación?

Tengo la impresión de que se ha perdido el valor del proceso. Ahora queremos que todo sea inmediato. Amor rápido, validación constante, cero esfuerzo emocional.

Y claro, así no se construye nada.

 

El falso amor basado en la necesidad

Hay algo que me preocupa aún más que la velocidad con la que empezamos y terminamos relaciones: la razón por la que las iniciamos. Cada vez es más común que la gente se una no por amor, sino por necesidad. Necesidad de compañía, de estabilidad económica, de validación personal, de no estar solos. Y eso no es amor. Eso es dependencia emocional.

¿Y qué pasa con las relaciones que nacen desde la carencia? Que están condenadas a fallar. No es lo mismo elegir a alguien libremente que usarlo para llenar un vacío. Y no estoy juzgando. Todos, en algún momento, hemos sentido miedo a estar solos. Lo que digo es que si ese miedo es el motor de la relación, es muy probable que se convierta en una cadena.

Conozco casos de parejas que se mantienen juntas no porque se amen, sino porque no saben cómo separarse. Porque tienen hijos, porque hay una hipoteca de por medio, porque no imaginan la vida de otro modo. Y vivir así, al final, es una forma de rendirse. Y también es un ejemplo muy triste para quienes crecen viendo eso.

 

Divorcios sin freno y heridas que no se ven

El divorcio no es el problema. A veces es necesario. A veces, separarse es la decisión más sana. El problema es cómo y por qué se llega ahí. Y, sobre todo, cómo se gestiona después.

Yo lo viví en carne propia. Mis padres se separaron cuando yo tenía 18 años. Justo cuando una empieza a entender el mundo y se cree más adulta de lo que es. Pero no lo llevaron bien. No supieron comunicarse, no pensaron en el impacto que tendría en mí. Me vi en medio de reproches, silencios, culpas disfrazadas de cordialidad. Nadie me preguntó cómo me sentía realmente. Y eso, aunque pasen los años, se queda. En forma de desconfianza, de miedo al compromiso, de una sensación de que el amor es algo inestable y frágil.

He hablado con otras personas que vivieron situaciones similares. Y el patrón se repite: hijos arrastrando emociones no procesadas, adultos que repiten los mismos errores, parejas que no saben cómo sostener una relación sana porque nunca lo vieron.

 

¿Y si el problema está en cómo entendemos el amor?

Nos han vendido una idea del amor bastante distorsionada. Que si el «flechazo», que si las mariposas, que si la media naranja… Todo eso puede estar bien, pero no basta. El amor no es solo química ni momentos bonitos. El amor también es elegir, cuidar, sostener, construir en el día a día.

Y eso requiere tiempo. No se puede saber quién es alguien en tres citas. No puedes decidir convivir con alguien que apenas conoces. No puedes esperar que el otro supla tus vacíos. Y tampoco puedes huir al primer conflicto. Porque si no hay espacio para el error y la reparación, ¿qué tipo de amor es ese?

Hemos confundido libertad con desapego, y pasión con dependencia. Y ahí es donde fallamos.

 

¿Volver a lo clásico?

Cuando digo “volver a lo clásico” no me refiero a aguantar por aguantar, ni a romantizar relaciones donde uno de los dos era infeliz. Me refiero a recuperar algunos valores que, hoy, parecen ridículos pero que en su momento sostenían vínculos fuertes: el compromiso, el respeto, la paciencia, el diálogo honesto, el conocerse con profundidad.

Nuestros abuelos no se separaban por cualquier cosa. Y sí, es cierto que antes había silencios que hoy no toleraríamos. Pero también había algo que hoy escasea: la voluntad de construir juntos, de crecer con el otro. Y eso era lo que de verdad construía a una pareja.

No se trata de idealizar el pasado, ni muchísimo menos. Se trata de rescatar lo que tenía de bueno y aplicarlo con conciencia actual.

 

¿Cómo se empieza a cambiar esto?

Canvis, centro de psicología ubicado en el Eixample de Barcelona expertos en la terapia de pareja, ha querido compartir con nosotros pautas importantes, sanas y reales que implantar en la pareja para que esta perdure, y yo las comparto con vosotros:

  1. Conoce bien a la persona antes de comprometerte: Parece de sentido común, pero no lo es. A veces nos dejamos llevar por la atracción o las ganas de compartir y olvidamos lo más importante: conocer de verdad a la otra persona. Cómo afronta los conflictos, qué heridas emocionales arrastra, cómo se comunica, qué valores tiene. Y todo eso no se ve en las primeras semanas.
  2. No empieces una relación por necesidad: Si estás mal, triste, solo o tocado emocionalmente, lo primero es sanar. Una relación no te va a curar. Puede acompañarte, claro, pero no puede hacer el trabajo que te corresponde a ti.
  3. Pon límites sanos desde el principio: Y respétalos. No se trata de controlar al otro, sino de proteger la relación. Si algo te hace daño desde el principio, no va a mejorar por arte de magia con el tiempo.
  4. Recupera los valores que sostienen una relación de verdad: El respeto, la honestidad, la coherencia, la empatía. Y la fidelidad, si forma parte del acuerdo entre los dos. Cada pareja tiene sus reglas, pero esas reglas tienen que ser claras, sinceras y compartidas.
  5. Busca ayuda antes de tirar la toalla: Hay muchas parejas que podrían haber salido adelante si hubieran pedido ayuda a tiempo. Una terapia, una buena conversación, un esfuerzo real por entender al otro. No hablar hasta que explota todo solo empeora las cosas. Pedir ayuda no es un fracaso, es madurez.
  6. Si decides separarte, hazlo bien, sobre todo si hay hijos: Separarse no tiene por qué ser un desastre, pero exige responsabilidad. Los hijos no son escudos ni excusas. Si no se gestiona bien, el daño emocional que se les deja puede ser profundo y duradero. Lo digo con conocimiento de causa.
  7. Da ejemplo con relaciones sanas: Los hijos aprenden mirando. No necesitan ver una familia perfecta, pero sí necesitan referentes reales: personas que se traten con respeto, que sepan resolver conflictos sin gritar, que expresen lo que sienten sin miedo ni agresividad.

 

Lo que quiero para mí, y para quienes vienen detrás

No busco una relación de cuento de hadas. Ya no. A esta edad, lo que quiero es un vínculo real. Con sus días buenos y malos. Con su rutina, sus desacuerdos, sus desafíos. Pero con amor del bueno. Del que no se rinde al primer error. Del que no huye. Del que se elige cada día.

Y creo que todavía es posible. Pero hace falta voluntad. Y, sobre todo, hace falta cambiar el enfoque. El amor no es lo que te pasa. Es lo que construís.

Por eso, cuando veo tantas relaciones caer como castillos de naipes, me pregunto si no será hora de dejar de idealizar lo nuevo y redescubrir lo valioso de antes. No para copiarlo, sino para inspirarnos. Porque quizás lo clásico no era tan malo. Quizás, en medio de tanto ruido, lo que más necesitamos sea volver a lo esencial.