Nuestros mayores, padres y abuelos, son personas independientes. Han forjado una vida entera a base de relaciones, y aún las siguen teniendo. No puede ser que los últimos días de su vida los pasen en cualquier sitio y de cualquier manera. Deben tener una vida digna, se lo merecen, ellos son los que nos han traído hasta aquí. Es importante que, a pesar de su estado de salud, conserven los lazos con su familia, amigos, su pueblo, su barrio o su ciudad.
Leemos a menudo en los medios de comunicación expresiones como “la sociedad española está envejeciendo” o “el aumento de la tercera edad.” No es que estén escritas con malicia, pero se presenta como si fuera un problema. Como si fuéramos de cabeza al caos. Como si en cualquier momento la situación económica se fuera a volver insostenible. Nuestros mayores no son una carga, más bien son un tesoro. Mientras haya sociedad habrá economía. Y si no hay suficiente mano de obra autóctona para producir y cotizar, vendrá de fuera, es algo natural, el signo de nuestro tiempo. Aunque ya no vayan al taller, a la fábrica, a la oficina, nuestros mayores siguen aportando mucho a la sociedad.
En el programa de radio “Hoy por hoy” de la Cadena Ser de Bilbao, Ismael Arnaiz, responsable de la asociación para la participación de las personas mayores “Hartu Emanak” explicó como la experiencia adquirida por la tercera edad era un patrimonio social, y que ellos eran conscientes de que su obligación era transmitirla.
La relación que tienen los abuelos con los nietos forma parte de la formación y educación de las personas. Los abuelos transmiten a sus nietos principios y valores. Les enseñan la historia, de dónde venimos, para tener perspectiva de donde estamos. Pero no como se lo pueden enseñar en el colegio o en los libros, sino transmitiendo el conocimiento real de cómo vivía la gente.
Los mayores alimentan la memoria colectiva. Muchas cosas que han sucedido en nuestro pasado más reciente se mantienen vivas gracias a su testimonio. Nos enseñan con su experiencia. Aunque hayan vivido otra época, muchas de las cosas que nos suceden, ellos las han vivido antes. Podemos extraer conclusiones y aprender de lo que hicieron. Nuestros mayores son un elemento de cohesión social. Mantienen unidas las familias y el contacto con nuestros orígenes.
El contacto con su entorno.
Una persona de 70 u 80 años tiene una vida muy rica. Ha vivido toda una serie de experiencias y ha forjado una serie de lazos. En todo ese camino vital han entrado en contacto con otras personas. Con unas lo sigue conservando, con otras lo han perdido. Han seguido un camino que nosotros aún estamos recorriendo.
Es bueno que sigan manteniendo su vida social. Que la desarrollen como ellos quieran. Saliendo a andar con sus largas caminatas, con sus partidas de cartas o de dominó, asistiendo a pilates, apuntándose a un grupo de baile o yendo a misa. Si no lo hacen hay que animarlos. Que asistan a un centro de día, a un círculo de jubilados, que se inscriban en actividades programadas para gente de su edad.
Con frecuencia, a muchos mayores les entra la obsesión de regresar al pueblo. De volver al municipio en el que nacieron y que por circunstancias de la vida tuvieron que marchar para tener un trabajo mejor y labrarse un futuro. En ocasiones, pasan a vivir en la misma casa en la que nacieron y crecieron durante su infancia. Eso sí, después de arreglarla, no hay que renunciar a la comodidad del progreso. Otras veces venden el piso de la ciudad y se compran una casa en el pueblo. Si han tomado esa decisión hay que respetarla. Es como cerrar un círculo vital. Anudar el principio de sus vidas con el final.
Mantener los vínculos con la familia.
Nuestros padres y abuelos son el principal elemento de cohesión familiar. Con el paso del tiempo los hermanos han formado sus propias familias. Es probable que cada uno se haya ido a vivir a una ciudad distinta. Gracias a la presencia de los padres, el contacto de la familia es más estrecho. Ellos se encargan de crear oportunidades en las que todos coincidan. No hay cosa que les dé más alegría que ver a todos los suyos reunidos.
Como se ha demostrado últimamente, los mayores son un soporte fundamental. Durante la crisis del 2012, en el que se cerraron miles de empresas y llegó a haber casi 6 millones de parados, la pensión de los jubilados mantuvo a flote a muchas familias. Los mayores no iban a permitir que los suyos se cayeran.
Es habitual que muchas parejas recurran a sus padres jubilados para que recojan a los niños del colegio. Con lo mal que está la economía es una ayuda. Las parejas se ahorran dinero en contratar un canguro. Lo cierto es que con quien mejor van a estar los niños es con sus abuelos. Esta práctica refuerza los lazos familiares entre varias generaciones.
Estén en las condiciones de salud en las que se encuentren o aunque estén en una residencia, es fundamental seguir manteniendo el contacto con ellos. Visitarlos periódicamente. Para ellos es una bocanada de aire, y para nosotros, aunque nos resistamos a reconocerlo, también.
La soledad en la tercera edad.
Uno de los problemas más graves a los que se enfrentan nuestros mayores es a la soledad. A veces es elegida, otras veces circunstancial, pero nunca es buena. Nuestros mayores quieren seguir llevando una vida independiente, mientras la salud se lo permita. Por la pérdida de algún ser querido o porque perciben más próximo el fin de sus días optan por aislarse durante tiempo. En otras ocasiones, y aunque vivan con sus familiares, pasan mucho tiempo solos. Asistir al trabajo o atender a las distintas responsabilidades que tenemos hace que no les prestemos todo el tiempo y la atención que necesitan. Eso tiene repercusiones anímicas y de salud.
La revista «Mejor con salud» plantea que la soledad en los mayores tiene unos efectos mentales similares al estrés crónico. Afecta indirectamente al sistema endocrino e inmune, por lo que existe más probabilidad de contraer más enfermedades.
Para el doctor Manuel Marín Carrasco, director del Instituto de Investigaciones Psiquiátricas (IIP) la soledad contribuye a desarrollar la hipertensión, la diabetes, la ansiedad y la depresión. El organismo pierde capacidad para adaptarse a las condiciones adversas. A eso hay que añadir que con la edad merman los mecanismos del cuerpo para reparar las células dañadas.
Una de las cosas que más preocupa a nuestros ancianos cuando están solos es la idea de que nadie esté a su lado si les sucede cualquier percance de salud. Esa sensación reduce su autoconfianza y les hace sentir más vulnerables. Desarrollado en el tiempo provoca una depresión del sistema inmunológico.
Mantener las relaciones sociales es un factor de calidad de vida. Hace que el individuo se sienta activo y le reporta alegría. Por eso hay que animar y concienciar a nuestros mayores para que sigan manteniendo el contacto con los demás.
Cuando llegan los problemas.
Hay un momento en el que por la evolución de los problemas de salud y por la incapacidad de la familia para poder atenderlos, se opta por internar al anciano en una residencia. Esta suele ser la última opción a la que recurren las familias, y se adopta cuando no hay más remedio.
Más del 90% de los internos en una residencia arrastran graves problemas de salud, bien sea por complicaciones físicas o por enfermedades neuronales como el alzhéimer o la demencia.
La residencia de ancianos Nuestra Señora del Rosario, ubicada en el centro de Valladolid, valora de forma muy positiva, que hasta en estas circunstancias el anciano no pierda el contacto con su entorno.
Es importante que el interno esté en un sitio al que puedan acudir con facilidad sus familiares y amigos a visitarlo. Que si tiene permiso para salir con las visitas a la calle se encuentre lugares que conozca. Que le resulten familiares, relacionados con la vida que llevaba antes.
Tan importante como atender su salud, su higiene y su alimentación es cuidar la vida social del interno. Disponer de instalaciones en las que pueda seguir practicando sus aficiones e inquietudes. Una biblioteca, salón de televisión, sala de juego, una capilla y unos jardines por los que pasear. Que le ofrezcan un entorno tranquilo, con una buena calidad de vida.
Es importante que en las residencias se programen actividades que fomenten la socialización entre los internos. Con ellas aumentan su motivación, su bienestar y ejercitan la creatividad y la memoria.
Los talleres de manualidades, las sesiones de cine, los juegos de mesa mantienen activa la cabeza y hacen que la gente se relacione entre ella. Estas pequeñas cosas hacen que la vida en la residencia sea más agradable.
Nuestros mayores, a pesar del paso inexorable del tiempo, son personas que han sido, y siguen siendo, importantes para nosotros. Debemos asegurarles una buena calidad de vida. Que no rompan con su pasado, ni con su entorno. Eso les mantiene vivos.