Pasamos la vida intentando cubrir expectativas. Nos esforzamos en el trabajo, buscando el reconocimiento de nuestros jefes, en las relaciones sociales, deseamos sentirnos integrados en un grupo, buscamos agradar a nuestra pareja para recibir muestras de cariño, esperamos ser el hijo del que nuestros padres se sientan orgullosos. Nosotros somos nosotros mismos. No lo que los demás esperan que seamos. Esta contradicción a veces produce situaciones que nos pueden generar daño. Para superarlas bastaría con ser conscientes de nuestra identidad y asumir la responsabilidad de nuestros actos. Esto que parece tan sencillo, en realidad no lo es. Podemos encontrarnos sobrepasados por las circunstancias. Recurrir a ayuda profesional en momentos críticos o complicados nos ayuda a superar malas experiencias en la vida y salir fortalecidos.
Las relaciones de pareja es uno de los campos donde las situaciones conflictivas nos afectan más. Hemos depositado nuestra confianza en otra persona. Hemos dedicado tiempo e ilusiones en construir un proyecto de vida junto a él. Hemos hecho planes de futuro. Nos esforzamos en hacer cosas que hagan sentir bien a nuestro compañero o compañera, pero en ocasiones no funciona. Si la relación se enquista, en lugar de aportarnos alegría y felicidad, nos dejan vacíos y apesadumbrados. Puede convertirse en un círculo vicioso del que no sabemos salir y en el que se llegan a establecer relaciones tóxicas.
Una ruptura puede crear efectos negativos en algunas personas. De repente todo lo que habíamos construido se derrumba. Esto genera pérdida de esperanzas y de ilusiones. Nos sentimos apáticos y con desgana. Pensamos que hemos fracasado y tendemos a culparnos por lo sucedido. La autoestima termina por los suelos. Vivimos atrapados en el pasado o en las consecuencias de él, revaluamos nuestra vida y nos preguntamos ¿cómo he llegado a esta situación?, o ¿qué debería haber hecho o dejado de hacer?
El terreno laboral es otro escenario en el que se producen episodios de frustración. Asociamos nuestra carrera profesional con nuestra realización personal. A él le hemos dedicado mucho tiempo y hemos volcado nuestras esperanzas. Pensamos que ocupar un puesto de trabajo concreto es el indicador de cómo hemos guiado nuestra vida. Nos da un estatus social determinado y una posición desde la que nos relacionamos con los demás.
Es habitual encontrar casos en los que jóvenes que llevan toda su vida formándose en una especialidad cuando se incorporan al mercado laboral se bloquean. No saben cómo actuar. Cómo aplicar los conocimientos adquiridos. O buscan un sector diferente del que han estudiado y evitan esa sensación o se abruman y piensan que no están preparados. Cuando la realidad es que no han hecho otra cosa que prepararse para ese momento.
En el mundo tan dinámico en el que vivimos es normal que cambiemos de empresa y de puesto de trabajo. En ocasiones lo vemos como un retroceso, la sensación de empezar de cero. Otras veces nos sentimos anulados. Como si todo el bagaje adquirido no sirviera para nada. Cada empresa tiene su forma de hacer las cosas y cada puesto implica unas tareas diferentes. Nosotros tenemos unas características propias y un potencial, no somos un contenedor vacío, debemos ser conscientes de ello y valorar qué recursos aplicar.
La terapia Gestalt propone otro enfoque desde el que plantearnos estas y otras situaciones de la vida.
La psicología Gestalt.
La terapia Gestalt se basa en tomar conciencia de quiénes somos y en hacernos responsables de nuestros actos. La psicología de la Gestalt fue una escuela de psicología que surgió en Alemania a principios del siglo XX. Se centró en desarrollar una teoría sobre la percepción en combate al empirismo. Para estos psicólogos, el todo era mucho más que la suma de las partes. Para que el hombre comprendiera una cosa o un fenómeno debía realizar un proceso de conocimiento que le llevara a tomar conciencia.
En los años 40 y 50 el psicoanalista judío alemán Fritz Perls, su esposa Laura Perls y el psicólogo norteamericano Paul Goodman aplican este enfoque a la conducta humana. El individuo debe iniciar un estudio que le lleve a tomar conciencia de su identidad como base para desarrollarla y afrontar las dificultades. No debe estar preso de su pasado, ni condicionado por lo que debería haber hecho o por lo que debe hacer, debe aceptarse tal y como es, sin intentar cambiarse. Este proceso conduce al individuo a su desarrollo y no a un estancamiento.
El individuo no es un elemento aislado, está inmerso en un entorno social. No recibimos el entorno como una realidad objetiva a la que nos debemos ajustar, sino que la propia percepción es un proceso activo, no pasivo. Nuestra conducta está basada, en gran medida, en la interpretación que tenemos de la realidad.
Esto, que los psicoterapeutas Gestalt llaman “contacto”, obedece al encuentro del individuo con otra persona, con un ambiente diferente o con otra situación. Es dinámico, creativo y personal. Ninguna persona reacciona exactamente igual ante una situación que los demás, aunque existan patrones sociales comunes, ni lo hace de la misma manera siempre. Por tanto, no existen soluciones universales, una repetición de patrones estereotipados en el fondo resulta ineficaz, y dejarse llevar por completo por la espontaneidad puede producir conductas caóticas. El individuo a través de la reflexión debe encontrar el punto medio y desde ahí orientar sus acciones.
Flitz defendía: “Ningún organismo es autosuficiente. Requiere del mundo para la satisfacción de sus necesidades. Considerar a un organismo por sí mismo equivale a verlo como una unidad artificialmente aislada, mientras que siempre hay una interdependencia del organismo y su medio ambiente.”
La terapia Gestalt no considera al usuario de sus sesiones como un “paciente”, ya que esto sería verlo como un enfermo al que hay que curar. Emplea el método de “darse cuenta”, el individuo debe hacerse consciente de lo que percibe, lo que siente y lo que hace. El terapeuta se limita a acompañarle y orientarle en este proceso, cumpliendo un rol de facilitador y no de curador.
¿En qué puede ayudarte una terapia Gestalt?
La terapia Gestalt se basa en tres ejes: La presencia. El asistente debe estar concentrado en el tema a tratar y no con la mente dispersa. La Consciencia. Darnos cuenta de lo que nos está sucediendo. Y la responsabilidad. Hacernos responsables de nuestros actos sin justificarnos en elementos externos, sin echar balones fuera y sin culpabilizarnos.
No se trata de meternos hacia adentro, ni de una terapia egocéntrica en la que el asistente está mirándose el ombligo. Es una terapia de contacto, puesto que el sujeto está en contacto con un medio, con otras personas, con la pareja, con los seres queridos, etc.
El asistente a la terapia no solo se hace consciente de lo que vive, del aquí y del ahora, sino también de cómo percibe el entorno y de cómo se relaciona con él. Esto le permitirá crecer, desarrollarse como persona, afrontar las situaciones complicadas y dotarse de herramientas desde la que plantearse su vida desde otro enfoque.
La terapia permite a las personas que acuden a ella darse cuenta de qué experimentan y cómo lo perciben subjetivamente. Concebirán las emociones como una fuente de información valiosa sobre lo que les está sucediendo y aprenderán a aceptarlas y expresarlas de una manera más constructiva, lo que les ayuda a superar cualquier dificultad por la que estén pasando, o puedan vivir en un futuro. Identificarán qué mecanismos actúan sobre ellos bloqueando la posibilidad de cambio. Encontrarán una manera más sana de relacionarse con ellos mismos, partiendo de la confianza, el respeto y la paciencia. Podrán plantearse una vida con mayor coherencia, alcanzando un sentimiento de felicidad que va más allá de las circunstancias temporales. Y pasarán de auto-rechazarse a auto-aceptarse, logrando alcanzar un nivel de autoestima básica para enfrentarse a cualquier reto de los que nos plantea la vida.
Respecto al pasado, durante el proceso, el asistente a la terapia aprenderá a separar los que daña de lo que le ayuda a crecer. Revisará el guion de vida que se activa de forma automática como una respuesta a lo que le sucede en la actualidad. Transformará el pasado en un recuerdo, no en un lastre o en un elemento determinante. Algo sin ataduras que le permita vivir un presente tranquilo y plantearse un futuro coherente. No se trata de hacer borrón y cuenta nueva, ni de excusarse en lo que pasó, sino de crecer con todo lo vivido, incluidos los momentos más difíciles. Con ello, asumirás tu pasado, sanarás las heridas y lo convertirás en un aliado.
Los psicólogos Gestalt de PSI entienden el autoconocimiento como la base que catapulta el crecimiento personal. Una valiosa herramienta para enfrentar las situaciones negativas que se presentan en nuestra vida. Recibir ayuda profesional cuando estamos pasando por momentos delicados nos puede facilitar salir de ellos más fuertes y encarar lo que está por venir desde otra perspectiva. Tomando conciencia de que el motor de los cambios está en las contradicciones internas y no en los condicionamientos que provienen del exterior.